En el mundo de Elsa Agras, por suerte, no hay lugar para la solemnidad. Lo suyo es el baile y la risa. No le vengan con cosas serias. Como ella siempre fue bailarina, aunque sus padres no la dejaran bailar y sí enseñar, hace 18 años creó un ballet muy particular: está compuesto por 55 señoras de 40 a 90 años, que no son, ni han sido, bailarinas profesionales y que toman clases de baile con ella. Es el Ballet 40/90 o lo que cualquiera llamaría un ballet de señoras “mayores”. Nada de “tercera edad”, porque Elsa -de apenas 89 años- rezonga. Estas bailarinas sorprenden los viernes a las 21 en el teatro Garrick, frente a la cancha de Ferro, en Caballito, con el espectáculo “A más hechos más pechos” -el sexto en el haber de Elsa- que incluye pasos de tap, de tarantela, de charleston, de cumbia colombiana, de bossa nova y de tantos otros ritmos más.
“¿Te gustan mis pestañas?”, sonríe, mientras abre y cierra los ojos a toda velocidad, como si fuera Minnie, una rubia con rulos y vestido a lunares, ajustado y cortito. Parece Madonna. Al lado de ella, con un vestido rojo furioso de lentejuelas, Josefina confiesa sus 65 años: “¿Te imaginás a mi edad estar vestida así y salir a bailar?”. En el backstage del ballet, no importan ni la celulitis, ni las estrías, ni los rollos, ni las canas, ni las arrugas. Acá sólo hay mujeres felices.
Con el pelo corto y blanco y una trencita larga como la del futbolista Rodrigo Palacio, Elsa mide la energía del grupo con un parámetro especial: “Todos los años, alguna de las chicas se divorcia. No es por causa del baile, pero esto las ayuda a liberarse. Y este año, estaba preocupada porque ninguna se separó. Hasta que me enteré de que una, muy pero muy catolicona, ¡tiene un amante! Ahí me quedé tranquila”, suspira Elsa. A los 63 años, Laura Bruno, que lleva 13 como bailarina en el ballet, lo confirma: “Entré en el ballet, me separé y puse un comercio. Estar en el ballet me generó seguridad para emprender cosas”. Que quede claro: lo de Elsa no es apología del divorcio, sino el baile y el humor. Ella misma toma clases de clown con Marcelo Katz, un referente en el rubro, y por eso muchos números incluyen recursos clownescos. El vestuario es un lujo que ella diseñó solita. Y también eligió la música.
Marta es Licenciada en Física, daba clases en la facultad y todo, pero ya se jubiló y ahora, su física y sus rulitos zapatean y giran en el escenario. Cristina, además de bailar, se dio cuenta de que también le gustaba cantar. Y como no se trata de reprimir las inquietudes, sino de motivarlas, Elsa armó un número para que ella cantara. Y ahí está, micrófono en mano, entonando “no me voy a quedar sin bailar”. Clarisa es psicóloga de familias y dice en voz baja que a veces “más que Clarisa, ¡soy Oscurisa!”. Todas coinciden: Elsa es una genia. Así de genia y así de exigente. Elsa observa el show desde la primera fila y anota todo en un cuadernito. El sábado es día de devoluciones, de felicitaciones para algunas y de correcciones para otras. ¿Y Elsa no baila? No vale perderse el final.