Julio Villagarcía es encargado de un edificio en la calle Monroe, en Belgrano. Julio acaba de llegar cargado de bolsas de un largo recorrido por el barrio, que incluye un supermercado chino, una pescadería y un local donde se pagan impuestos y servicios. Todos los pedidos que realizó son para adultos mayores que viven donde él trabaja. Son personas incluidas en los grupos de mayor riesgo por las autoridades sanitarias y es altamente recomendable que no salgan de sus casas para no exponerse al COVID-19.

La Ciudad lanzó el programa Mayores Cuidados en el que se inscribieron unos 40.000 voluntarios y más de 11.000 adultos mayores, para ayudarlos a realizar compras en farmacias y comercios de proximidad, y el paseo de sus mascotas, entre otras necesidades, durante el aislamiento preventivo y obligatorio. Al principio él se muestra un poco reticente a contar su historia solidaria porque cree que está haciendo lo que corresponde.

«La gente ve cómo uno se comporta y se va dando cuenta de quién es uno y eso genera confianza. Yo los ayudo a hacer las compras y ahora que volvieron a abrir los locales, a pagar los impuestos. Les doy la seguridad de contar con alguien que les da una mano en esta situación que no esperábamos». Atento a esas recomendaciones todos los días Julio recorre desinteresadamente piso por piso y visita en sus departamentos a «los abuelos», como los llama, para ver cómo están y si necesitan algo. Recoge los encargos y sale a la calle con el listado dispuesto a colaborar con ellos. Siempre con su tapabocas negro puesto, hace la cola en todos los comercios manteniendo distancia de otros compradores. Y con paciencia va cumpliendo con cada punto de la lista. «Estoy ayudando a los abuelos de mi edificio», cuenta. Y aunque muchos gestos de su cara no se ven porque están cubiertos, se nota que la mirada se le llena de orgullo.

Porteño, con un breve pasado en Tucumán, hace 10 años que Julio es encargado del edificio. La gente ya lo conoce. Entre los beneficiarios de su tarea solidaria hay principalmente cuatro vecinos: tres señoras y un señor. Hay otros adultos mayores en el consorcio, pero sus familiares se ocupan de llevarles mercaderías y de que estén atendidos. Allí también vive gente joven que ofrece su ayuda a los más grandes y se preocupa de que todos estén bien. «Los más chicos ponen cartelitos en el ascensor. En este edificio no hay problemas: somos como una gran familia. La verdad, 11.000 puntos», califica el encargado. Julio se hace tiempo para hacer los mandados sin descuidar sus tareas en el edificio de Monroe entre Cuba y Arcos. También se las ingenia para supervisar las tareas de la escuela de sus dos hijas de 10 y 15 años. «También es una enseñanza que les doy a ellas», agrega sobre sus nuevas ocupaciones.