El juego de palabras y de letras es así: beba coca cola; babe cola; beba coca; babe cola caco; caco; cola; cloaca. Las letras negras están en la pared blanca y abren, de alguna manera, la muestra “Arte de contradicciones. Pop, realismos y política. Brasil-Argentina 1960”. Esta creación del brasileño Décio Pignatari es apenas una de las cien obras de 58 artistas, que entre películas, pinturas, instalaciones, dibujos y fotos se pueden ver por estos días en la Fundación Proa, en La Boca, a pasos de Caminito (Pedro de Mendoza 1929, de martes a domingos de 11 a 19).
La muestra se exhibe en cuatro salas. En la primera se abordan dos de los íconos fuertes de los 60: la Coca Cola y el Che Guevara. Es un momento de luchas revolucionarias y para los artistas es un desafío llevar el arte al pueblo y representar esas ideas. Por eso, Cildo Meireles introduce mensajes en las botellas de la gaseosa más famosa del mundo: “Yankees go home”, una frase convertida en slogan de la resistencia. Roberto Jacoby aporta un afiche rojo, con la cara del Che y un mensaje: “Un guerrillero no muere para que se lo cuelgue en la pared”. Por si acaso, la obra no está colgada en ningún muro. El Cristo crucificado en un avión de la fuerza aérea estadounidense -la “US Air Force”-, un clásico de León Ferrari, cuelga sobre las cabezas de los visitantes. Alberto Greco cuenta el asesinato de Kennedy en una secuencia de cuadros y una instalación de letras de Rubens Gerchman compone un doble mensaje: “Lute” (luche). Es la lucha física e ideológica.
En la siguiente sala, hay obras de Marta Minujín, Antonio Berni, Pablo Suárez, Luis Felipe Noé, Delia Cancela y Antonio Seguí, entre otros. En el tercer salón, las cosas se ponen más oscuras, las paredes ya no son blancas sino negras y aparece el vínculo entre arte y (violencia) política: un billete de dólar cuyo valor es cero, una bandera que incita a ser “marginal” y por lo tanto un “héroe”, una silla con clavos y fotos de represiones policiales. En la última sala (segundo piso), se encuentran, entre otras, la serie de coloridos zapatos Grimoldi de Dalila Puzzovio y la única obra que se puede tocar: de Hélio Oiticica, consiste en una almohada cuyo contenido es desconocido hasta que se lo mueve y de una manguera sale aroma a café.