A su gente -y a los demás, por qué no- la posibilidad de que pase les genera escozor: Independiente puede descender. Faltan 11 fechas y se percibe un sino fatalista. El trecho que resta es largo, pero no parece cuestión de refugiarse en el rótulo de equipo grande, en su excepcional historia o simplemente en la camiseta. Se vive una época sin distingos. Está abierto el juego de candidatos a dar vueltas olímpicas o a perder la categoría. Y el efecto River amenaza. Porque si se fue River a la B Nacional, ¿quién está exento de consecuencias deportivamente fatídicas? Todo esto lo saben en Independiente. El promedio oficia de látigo y la sensación es de ahogo. Américo Gallego, según se exageraba antes de su regreso, era el único que podía agarrar el timón y enderezar el rumbo. El director técnico sigue teniendo crédito, pero ya hay quienes miran de reojo. Hace lo que puede el Tolo. Sucede que, presente a la vista, el hombre a quien creían providencial se volvió terrenal. No existen las varitas mágicas en el fútbol. Se está refrendando con Carlos Bianchi en Boca, aunque si sus dirigidos comenzaran a afirmarse en la Libertadores la visión giraría. A Ramón Díaz no le va mal, pero tampoco su presencia garantiza festejos permanentes: en todo caso, River sigue al acecho en el torneo Final sin consolidar una fisonomía.
Gallego está en su laberinto. Piensa y repiensa, ejercicio que se acerca a hacer y deshacer. O mejor dicho, busca y no encuentra. Ni siquiera en partidos en que Independiente acumula merecimientos para el resultado exitoso que se le niega. A veces el enfado lo lleva a suponer que no hay nada que pueda hacer para ganar. Ese desconcierto lo revela en estado puro. Cuando la impotencia se apodera de una estructura grupal, en este caso un plantel de fútbol, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba proliferan los virus de la angustia. Explotan en todas las direcciones y se instalan, por ejemplo, frente a la ventanilla del auto de un jugador al volante, listo para poner primera. A Luciano Leguizamón, en Ezeiza, se le acercaron hasta su vehículo unos hinchas que le dijeron lo imaginable y lo inimaginable. Eso es patoterismo. ¿Quién no se asustaría? Se colocan carteles en apoyo al entrenador y en contra de los jugadores. Una de las inscripciones refiere al descenso como algo peor que el cáncer. Se evoca con furia la gestión anterior y un ex líder de la barra brava intenta desestabilizar a la dirigencia actual. Javier Cantero, el presidente, afirma que “no es momento para temer”. Pero, ¿cómo gambetear la histeria? Tiene Independiente futbolistas capaces. El tema es si, además de esa capacidad, el caudal y sus vertientes alcanzan para zafar de -valga esta vez la figura- la caldera del diablo.