El frío y la intensa lluvia no pudieron con el entusiasmo de más de 200.000 fieles, que desde muy temprano coparon la pequeña ciudad brasileña de Aparecida, de apenas 35.000 habitantes. El Papa Francisco ofició una misa en el templo local Nuestra Señora Aparecida, el segundo más grande del mundo por detrás de la Basílica de San Pedro romana, ante unos 15.000 privilegiados que tuvieron que formar largas filas desde el lunes. El resto, protegido por paraguas y capas de lluvia, la siguió atentamente desde pantallas gigantes. “Vivan con alegría. No sigan a ídolos pasajeros que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza, como el dinero, el éxito y el poder”, pidió el Sumo Pontífice, quien luego prometió volver a Brasil en 2017, cuando se cumplan 300 años de la aparición de la virgen a unos pescadores. Dos días después de haber llegado a Río de Janeiro para presidir la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, Jorge Bergoglio se trasladó a Aparecida en un avión que aterrizo en el aeropuerto de San José dos Campos, a 80 kilómetros de la ciudad. Desde allí viajó en helicóptero hasta el santuario, donde fue acogido con cantos y aplausos de la multitud. Luego recorrió las calles de Aparecida en un “papamóvil” abierto.
A diferencia de Río, en donde la gente pudo acercarse a pocos centímetros del coche, una valla metálica mantuvo a los fieles separados a unos tres metros de distancia de la caravana. Sin embargo, Francisco volvió a romper el protocolo y, para sorpresa de sus custodios, solicitó al chofer que detuviera la marcha del vehículo y se bajó, bajo la lluvia, para besar a algunos niños y saludar a los peregrinos, siempre con una sonrisa. “Hoy he querido venir aquí para pedir a María, nuestra madre, por el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud y poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano. Vengo a llamar a la puerta de la casa de la Virgen para que nos ayude a todos nosotros a transmitir a nuestros jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación y un mundo más justo, solidario y fraterno”, señaló el Papa durante una vibrante homilía, en la que evitó hacer comentarios políticos.