Todas las bibliotecas, aun las particulares, tienen objetos de un valor que se los separa del resto que habitan su espacio, lo anaqueles, los cajones, las vitrinas. Los orígenes de aquello que los vuelve únicos pueden ser diversos e incluso opuestos: por ejemplo, la mayor utilidad (un ejemplar sin réplica de consulta inevitable) o bien, en el otro extremo, la inutilidad más completa (el manuscrito con la grafía de quien se admira). La Biblioteca del Teatro Colón, que fue reabierta hace poco más de diez días, reúne por supuesto los dos casos.
La sala funciona en la entrada de Libertad 629, y Alejandra Balassi, la bibliotecaria, parece emocionarse tanto como los visitantes cuando muestra esos objetos. En los estantes se amontonan las biografías de compositores, los estudios críticos, los libretos de ópera. Entre esos materiales, hay páginas, muchas de ellas ya amarillentas, que están imantadas para cualquier amante de la ópera en particular y, de manera más general, de la música. Las dos piezas más destacadas son casi fetiches. En primer lugar, una foto de Giuseppe Verdi con Francesco Tamagno, el recordado tenor turinés que intervino en Otello, Simon Boccanegra y en la versión italiana de Don Carlo. Pero la foto, en la que los dos miran un punto desconocido un poco corrido del objetivo de la cámara, no es todo: están también sus firmas y la datación en Milán, en 1900. No menos conmovedora es la breve carta que Giacomo Puccini fechó el 24 de noviembre de 1924, cinco días antes de su muerte.
Los dos manuscritos estuvieron perdidos y fueron finalmente recuperados. Otro centro de interés, quizás el principal, son los programas de mano del Colón. Pasar las páginas de esos libritos, ahora encuadernados en gruesos volúmenes, depara no sólo una cantidad de información acerca de los elencos y las programaciones. Alrededor de esos datos están las publicidades de cada época, anuncios diversos que dejan entrever una historia que va mucho más allá de la música.
 
Fuente: LaNacion.com