Como en tantas otras ocasiones, Mauricio Macri utilizó el fútbol para enviar un mensaje político. El partido que jugaron en el Estadio Mario Kempes las selecciones de Argentina y Paraguay le sirvió como vehículo al mandatario porteño para seguir estrechando su relación con el gobernador José Manuel de la Sota y, en segundo plano, para mostrarse ante la opinión pública como un hombre capaz de convocar –y de ser convocado- por otros dirigentes de primera línea.De todos modos, la movida –de la que Macri no fue el único protagonista- era más amplia, quizás demasiado, tanto que finalmente se concretó sólo a medias. Estaban invitados también los gobernadores Antonio Bonfati, de Santa Fe y Daniel Scioli de Buenos Aires y el intendente de Tigre, Sergio Massa, que declinaron elegantemente la convocatoria.
Finalmente fueron de la partida para acompañar a de la Sota y a Macri, el jefe de Gabinete porteño Horacio Rodríguez Larreta, el ex gobernador cordobés Juan Schiaretti, el ex candidato a gobernador santafesino Miguel del Sel y el ex titular del Banco Central, Martín Redrado.Desde la platea del estadio cordobés, Macri buscó la expansión de su horizonte electoral, que hasta ahora se limita al distrito porteño y a la exitosa experiencia de Miguel del Sel en Santa Fe, que con muy poco consiguió mucho el año pasado, tanto que hasta logró asustar a Bonfati y a Hermes Binner. Éstos, por un momento llegaron a dudar de su triunfo en la últimas elecciones provinciales, en las que Bonfati triunfó por escaso margen.
Lo mismo, Macri es conciente de su necesidad de consolidar su poder territorial de cara al 2015, una ímproba tarea que está a cargo hasta ahora de su ministro de Gobierno, Emilio Monzó, que avanza a paso de hombre por una autopista que demanda máquinas veloces para ser surcada.
Las opciones para 2015
Es sabido que Macri es un pragmático, pero la polémica que protagonizó por estos días superó el límite imaginable. El camino que lleva desde aquel “socialismo, las pelotas” de Adelina D’Alessio de Viola a la posibilidad de concretar una alianza con el Frente Amplio Progresista que lidera Hermes Binner es largo y accidentado.En la semana el ex gobernador santafesino –cultor de un estilo circunspecto- había contestado con un “ni” a la pregunta de un periodista que quería saber si en su abanico de alianzas figuraba el nombre de Mauricio Macri. Inmediatamente se desataron las especulaciones, que sólo duraron muy poco, más precisamente hasta que Macri y Binner desmintieron la especie.
De todos modos, a pesar de lo improbable de tal coalición, el jefe de Gobierno porteño va a figurar en todas las especulaciones de los analistas políticos, habida cuenta de que es uno de los opositores que se ha plantado decididamente –junto con de la Sota- en la oposición absoluta a Cristina Fernández de Kirchner.Una de las llaves de ese posicionamiento fue la respuesta de Macri a Binner, cuando éste desmintió la alianza entre ambos. El jefe de Gobierno porteño le marcó la cancha a Binner al asegurar que se «conformaría» solamente con que el ex gobernador santafesino «y su gente no sigan votando cada disparate que plantea el kirchnerismo».
El camino que recorrerán Macri y de la Sota –posiblemente juntos- es uno que busca eludir la dispersión en la que incurrió la oposición en 2011, que concurrió a las urnas sin propuestas, sin programas y sin reales alianzas de poder para ganarle al kirchnerismo, por lo que Cristina Fernández de Kirchner fue una cómoda triunfadora.El problema más difícil para ambos dirigentes se planteará en el momento de definir el primer lugar de la fórmula. Lo mismo, la sensatez aconsejaría dejar esa definición para el tramo final de la campaña, para el caso de que hoy no exista acuerdo en ese sentido. Falta mucho para el 2015 e incluso para el 2013, que podría arrojar una pauta preliminar en este sentido.
El desafío para el jefe de Gobierno porteño –y también para el gobernador cordobés- es siempre el mismo. Deben demostrar, no sólo que son buenos candidatos, hombres de estado y administradores eficientes, sino que deben ser capaces de plantarse en el terreno como líderes políticos. No hay una fuerza política que le pueda ganar al kirchnerismo si no la encabeza un hombre que seduzca, no sólo al electorado sino también a los militantes y a los dirigentes de su propia fuerza. No es que deba ser un hombre que da órdenes, sino que debe convencer a propios y extraños de que su propuesta es la que va a mejorar la vida de la gente.Paradójicamente, ése es el legado que dejó Néstor Kirchner, que fue el gobernante que subió el standard que rigió hasta el 2001, el que elevó la apuesta, el que hizo durante su mandato algo más que lo mínimo indispensable para durar.
Ahora, todos deberán lidiar con esa herencia, con ese desafío.