El Hipódromo de Palermo es un ícono del barrio. Esta semana celebra sus 140 años, pero lejos está de pasar al olvido: es un espacio que se reinventa. Los caballos ya no tienen protagonismo exclusivo; conviven ahora con el mayor despliegue de máquinas tragamonedas del país, ferias gastronómicas locales e internacionales y hasta con outlets de primeras marcas. Desde que abrió sus puertas el 7 de mayo de 1876, el hipódromo nunca dejó de emocionar.
Las caras largas y boletos rotos de los apostadores que se quedaron sin su premio cuando el caballo Resbaloso ganó la primera carrera disputada en este tradicional circuito, se pueden revivir hoy cuando hombres y mujeres bajan las escalinatas del edificio, que marca la entrada al pulmón verde más grande que tiene la ciudad: el Parque Tres de Febrero. La primera Tribuna Oficial se inauguró en mayo de 1876: era de madera, ladrillos y techo de zinc. Sólo tenía capacidad para 1600 personas y 40 palcos para familias, un número que era sobrepasado muchas veces ya que las carreras no sólo eran para la elite porteña, sino para el público en general.
“La inauguración iba a realizarse el 23 de abril, pero la lluvia la retrasó; se pasó dos semanas y se hizo el 7 de mayo. Era tan llamativo el lugar que todos querían asistir. Se calcula que hubo unas 10.000 personas. Llegaron en tren y tranvía y se creó una estación de tren específicamente para el hipódromo, conocida como 3 de Febrero”, recordó el historiador Daniel Balmaceda. Añadió que ese día se agregaron al servicio de ferrocarril un total de 50 vagones para poder transportar a toda la gente.
Nació como Hipódromo Argentino sobre la entonces avenida Vértiz, que después se convirtió en Libertador, y se le agregó el nombre del barrio sólo en 1953. En 1882, el gobierno de Carlos Pellegrini, el mandatario de mayor y más entusiasta gestión vinculada con el hipódromo, cedió el predio en usufructo al Jockey Club, disposición casi simultánea con la fundación de la entidad. Junto con Pellegrini, fueron frecuentadores de Palermo otros presidentes, como Roca, Figueroa Alcorta, Yrigoyen, Alvear y Castillo, y figuras del jet set porteño, como Saturnino Unzué, Benito Villanueva o Joaquín de Anchorena. Entre ellos, con asiduidad se acomodaba un cantor que alcanzaría fama mundial: Carlos Gardel. Para entonces el lugar también contaba con un servicio de restaurante.
“El propio Pellegrini vendía boletos y esto generó un gran entusiasmo de los miembros del Jockey. El hipódromo quedó muy cerca de lo que hoy es la zona de Las Cañitas, donde también estaba el edificio de La Imprenta, en el que se imprimían los volantes y otros papeles que se usaban allí”, agregó Balmaceda. La moda y el diseño también tenían lugar. “Lo que las mujeres más acaudaladas lucían ahí era lo último de la moda. Paseaban y almorzaban en la elegante confitería París. Allí se inventaron los ravioles a la parissiene”, aseguró el historiador.