No hace falta recorrer 7000 kilómetros para conocer a José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Los tres grandes nombres del muralismo mexicano son protagonistas, en el Museo Nacional de Bellas Artes, de una muestra que se planeó hace más de 40 años y que un golpe de Estado dejó trunca hasta hoy, cuando finalmente se puede ver en el país: La Exposición Pendiente y La Conexión Sur.
El muralismo en sí, se sabe, es imposible de transportar. Pero no lo son los cuadros de caballete, los estudios preparatorios para murales, los bocetos y las documentaciones que un joven médico, Alvar Carrillo Gil, coleccionó entre los años 30 y 60, dándole así forma al acervo del museo que lleva su nombre, uno de los núcleos más coherentes de la escuela mexicana. El conjunto ya se vio en unas 70 ciudades desde que, en los 50, se empezó a querer contar al mundo este gran capítulo de la historia del arte.Así llegó a Chile en 1973. Iba a inaugurarse el 13 de septiembre, pero dos días antes estalló el golpe de Estado de Augusto Pinochet, por lo que la muestra no abrió sus puertas y las obras volvieron a embalarse.
Las obras volvieron a embalarse y se guardaron en el depósito del museo: dos días más tarde el edificio fue ametrallado por cuatro tanques del ejército. Las obras no sufrieron daños de milagro, y le llevó febriles diez días al muséografo Fernando Gamboa sacar clandestinamente las obras atrincheradas en el país vecino. En 2015, la exposición volvió al Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago y se pudo saldar esa deuda de cuatro largas décadas. Y ahora llega a Buenos Aires hasta el 7 de agosto, ampliada con la mirada de los artistas argentinos que unieron su voz en una misma temática: el dolor social.