Escrito por Ana Jerozolimski
La semana pasada, en el Grand Slam de judo de Abu Dhabi, hubo dos presentaciones dignas de conocer. Una, fue la destreza de los judokas israelíes que ganaron tres medallas en distintas categorías: el judoka Tal Flicker ganó el oro (hasta 66 kilos), la judoka Guili Cohen ganó bronce (hasta 52 kg.) y Tohar Butbul también bronce (hasta 73 kg.).Otra, fue la actitud vergonzosa de los anfitriones árabes que primero intentaron impedir la participación de los israelíes y después trataron de hacerles la vida imposible prohibiéndoles tajantemente que ostenten símbolos de su país, por lo cual —por ejemplo— compitieron sin la Estrella de David en su ropa y tuvieron que coser en su lugar el logo de la Federación Internacional de Judo. Finalmente, como no lograron impedir que ganen, en lugar de izar la bandera de Israel sobre el podio como se acostumbra, izaron la de la Federación. Asimismo, no tocaron la música del “Hatikva”, el himno nacional de Israel, cuando Tal Flicker recibió el oro.
Esta actitud discriminatoria se adopta únicamente contra un país del mundo, Israel. Lo vergonzoso no es solamente la actitud árabe, de Abu Dhabi en este caso, sino el hecho que la Federación Internacional de Judo lo permitió. Si bien sus autoridades advirtieron de antemano a la Federación local que no puede haber ningún tipo de discriminación contra los israelíes, el hecho es que el evento continuó a pesar de que los israelíes tuvieron que competir sin su bandera en su equipo y que las ceremonias de entrega de las medallas se llevaron a cabo sin sus símbolos nacionales. Abu Dhabi no debería haber sido sede si no garantizaba trato igualitario a todos. Y no se debería haber aceptado la ceremonia de iza de banderas sin la israelí al frente, como correspondía.
Cuando Tohar Butbul finalizó la lucha por la cual ganó la medalla de bronce, extendió la mano para saludar a su contrincante Rashad Al-Masari de los Emiratos Árabes Unidos, pero éste, violando las normas y costumbres del judo, simplemente se dio media vuelta y se retiró sin saludar al israelí, rechazando su mano extendida. No es la primera vez que ocurren situaciones de este tipo. En los Juegos Olímpicos de Río, el judoka Ori Sasson, que ganó medalla de oro, quedó con su mano extendida en el aire ante su contrincante de Egipto que rechazó saludarle. Y eso que su país tiene un acuerdo de paz firmado con Israel.
Es el producto del veneno que durante décadas el mundo árabe transmitió a sus ciudadanos. Así están. Basta con mirar un poco alrededor, para ver la diferencia entre un país como Israel, que lejos está de ser perfecto —ningún país del mundo lo es— pero que en medio de la adversidad, ha sido un ejemplo de desarrollo, y los que crecen a su alrededor movilizados por un odio irracional. Se llenan la boca de frases a favor de la “causa palestina” a la que dicen defender al boicotear a Israel, mientras que lo que hacen en realidad es recordarnos asiduamente que simplemente se oponen a la existencia de Israel. Así están unos y así están otros.
Cuando hace algo más de un mes México sufrió un potente terremoto, el primer país que se hizo presente con su unidad de rescate, fue Israel. Ningún país árabe movió un dedo para ayudar a los damnificados. Y esta semana, cuando la misma unidad de rescate de las Fuerzas de Defensa de Israel que había viajado a México llevó a cabo un simulacro de rescate a raíz de un terremoto, el Ministerio de Seguridad Interna israelí invitó a unidades de España, Jordania y la Autoridad Palestina. “Cuando hay necesidad de lidiar con catástrofes, tenemos que recordar que todos sufriremos por igual y tenemos que saber ayudarnos unos a otros”, nos dijo el Mayor Ido Elbaz, jefe de entrenamiento de la unidad, destacando lo importante de haber compartido esa experiencia con los colegas invitados fuera de Israel.
El martes de la semana entrante tenemos pactada una serie de entrevistas en el hospital Wolfson de Holon, donde funciona desde hace más de un cuarto de siglo el proyecto humanitario “Salvar el corazón de un niño”, en cuyo marco Israel ha operado del corazón y así salvado la vida de más de 4400 niños de diferentes partes del mundo, incluyendo países que no tienen relaciones diplomáticas con Israel. Entre esos niños que merecían vivir y lo han logrado gracias a Israel, hay numerosos de países árabes y musulmanes, como Siria e Irak.
También niños palestinos. Cuando llamamos a Tamar Shapira, la portavoz del proyecto, a combinar nuestra llegada, nos dijo : “Si quieres venir martes, verás lo que aquí se llama la clínica palestina, porque es el día en que se recibe para todos los estudios necesarios, a los niños que llegan de la Franja de Gaza y Cisjordania”. Y después salen los atrasados a boicotear a Israel. Será por eso que aún sin su bandera izada y sin su himno transmitido a viva voz, el judoka Tal Flicker dijo que “yo estoy orgulloso de todos modos, de mi medalla y de mi país, Israel, y para mí, el himno que pusieron (de la Federación de Judo) era sólo ruido de fondo, ya que en mi corazón, yo canté el Hatikva”. Con sentido práctico, agregó. “También aquí todo el mundo sabe de dónde vengo y a quién represento. Eso todos lo tienen claro. Y ese es mi gran orgullo: ser israelí”.
Escrito por Ana Jerozolimski