No pensaba dejar el fútbol todavía. Al arquero Cristian Moyano se le terminaba el contrato con Deportivo Laferrere el pasado 30 de junio y ya estaba hablando con otros clubes como para seguir atajando seis meses o un año más. Pero llegó la pandemia, el párate en el fútbol y una gran incertidumbre. Y también le llegó una oportuna oferta de Martín Previgliano, un docente suyo en la materia Neurología, en la Fundación Barceló, donde Cristian se recibió de licenciado en Kinesiología y Fisiatría hace un año y medio. Pasaba un tren, y él se subió. Estaban buscando kinesiólogos para formar un equipo interdisciplinario en el Hospital Fernández para atender a pacientes que habían pasado por terapia intensiva por Covid-19. Y Previgliano lo estaba recomendando junto a otros seis compañeros de estudios para integrarse.

«No lo dudé», dice Cristian. La pandemia precipitó su decisión de dejar los botines, o los guantes, e inmediatamente se puso a trabajar para ayudar a los pacientes del Fernández a recuperar su movilidad. Una oportunidad laboral que él sintió también como una necesidad de ser solidario en un momento complicado para todos. Cristian nació en Totoras, un pueblo de 10 mil habitantes en el sur de la provincia de Santa Fe. Debutó en Instituto de Córdoba en 2001 y pasó por otros siete equipos del Ascenso antes de recalar en Laferrere. Su hermano lo convenció de hacer una carrera terciaria paralela al fútbol para tener un futuro garantizado una vez que llegara el día del retiro, y así fue como ingresó en la Fundación Barceló.

Hoy, con 39 años, recuerda los días de entrenamiento por la mañana en Defensores de Belgrano, salir corriendo a la tarde-noche para cursar una materia y llegar a casa agotado a la noche. «De lunes a jueves no había tanto problema. El tema era los viernes porque con el club concentrábamos en un hotel antes de los partidos del sábado, y yo cursaba Fisiología ese día a las ocho de la noche. Así que tenía que pedir permiso, salía corriendo desde Núñez hasta Barrio Norte y a las nueve me volvía para la concentración y cenaba con mis compañeros», cuenta. Cuando los resultados no acompañaban, ese permiso se complicaba. El «profe» hacía de nexo con el DT y conseguía «la venia» para ir a cursar Fisio.

Las cosas se complicaron cuando Cristian pasó a Cañuelas mientras cursaba los últimos años de la carrera (son cinco). «Tenía que viajar 60 kilómetros para venir a cursar a Buenos Aires y otros 60 kilómetros para volver a la concentración en Cañuelas», describe. Los técnicos en general lo apoyaron en su determinación de recibirse de kinesiólogo. «Siempre me trataron diez puntos», califica. Tanto sacrificio dio sus frutos y finalmente logró el título de licenciado en Kinesiología y Fisiatría (MN 16.549). «Siempre incentivé a mis compañeros de equipo para que terminaran la secundaria o estudiaran algo para el día en el que ya no jueguen más al fútbol. Además, en el ascenso nadie se salva. Vivís al día. Y uno no sabe si una oportunidad como esta que me llegó a mí se va a volver a presentar», razona desde su 1,90 metros de altura.

En el Hospital Fernández el kinesiólogo Moyano integra un equipo interdisciplinario junto a psicólogos, nutricionistas, fonoaudiólogos y asistentes sociales que se ocupan de los pacientes que cursaron la enfermedad y estuvieron un tiempo internados en terapia intensiva. «Salen muy debilitados y hay que ayudarlos a recuperar su movilidad después de haber estado postrados tantos días. Hay que ver si pueden comer, ir al baño o vestirse. Ni hablar si tuvieron escaras. Entonces se formó la Sala de Rehabilitación Intensiva para pacientes Post Covid-19, donde nos ocupamos de toda la problemática que presentan. Los que estuvieron entubados, por ejemplo, tienen dificultades para comer porque llegan con la glotis muy debilitada y las fonoaudiólogas los ayudan a recuperarse. Las psicólogas los acompañan y organizan videollamadas con los familiares. Las nutricionistas y asistentes sociales también hacen lo suyo», explica Cristian.

Es un trabajo en equipo que se está implementando en otros hospitales públicos de la Ciudad para que los pacientes que cursaron la enfermedad, y llegaron a estar graves como para ser internados en terapia intensiva, salgan de los establecimientos con una mayor calidad de vida. En la sala se lo puede ver a Moyano atendiendo a los pacientes con cariño y dedicación. A los que ya pueden moverse los saca de las habitaciones para caminar por los pasillos. Con otros hace distintos ejercicios de rehabilitación de acuerdo a sus posibilidades. A todos los llama por su nombre: «Ya dormiste la siesta, Juan. Miguelito, dentro de un rato vamos a hacer algo. ¡Muy bien Castorina!», a todos los estimula y los ayuda para que recuperen movimientos básicos.

«Yo recién arranco. Estoy trabajando con gente que tiene 30 años en el hospital y estoy aprendiendo un montón», se entusiasma Cristian. Y dice estar muy contento de poder ayudar y colaborar en este momento difícil que nos toca vivir. «El agradecimiento de la gente cuando se va de alta es muy gratificante», valora. Quién es mejor, el arquero o el kinesiólogo? Cristian piensa unos instantes y responde: «El arquero ya terminó su carrera. Y el kinesiólogo recién está empezando. No se puede comparar. Tal vez dentro de unos años pueda responder a esa pregunta», se ríe. Sabe que al día siguiente bien temprano tiene que volver al Hospital Fernández para seguir atajando penales, como lo hizo toda la vida.